Punto de referencia a los conventos del s. XVI en territorio mexicano, aporte visual de conjunto, preferentemente de las órdenes mendicantes primeras en territorio mexicano: franciscanos, agustinos y dominicos.
Convento agustino Actopan, Hgo.
Actopan, Hgo.
INTRODUCCIÓN
La conquista de la Nueva España abarcó, paralelamente, las acciones político-militares y la acción evangelizadora. Por ello se enviaron a las tierras recién sometidas doce frailes franciscanos, los cuales llegarían a fungir, junto con los sucedáneos, como propagadores de la religión cristiana y promotores de los elementos primordiales de la cultura castellana.
Recién consumada la conquista de la capital azteca, los primeros misioneros siguieron de cerca a los conquistadores para cristianizar cada población sometida. En cada uno de estos pueblos destruyeron el teocalli principal y, en su lugar, y con las piedras de aquél, levantaron un templo.
Pero también era necesaria una organización estratégica, que diera una infraestructura desde la cual posibilitar materialmente la empresa de indoctrinación e incorporación a la nueva propuesta de sociedad colonial, y el convento -no aislado- sino en una línea bien planeada junto con templos de visita y otros conventos, ofrecía a las órdenes establecidas en estos territorios contar con una columna vertebral desde la cual expandir su ámbito de influencia, no solamente religiosa, sino también política y económica.
Las novedosas edificaciones funcionaban como fortalezas, centros de evangelización y lugares de reunión, además de imponentes emblemas del poder colonizador. Tanto para los soldados de Cortés como para los catequizadores, los conventos constituyeron enclaves para organizar los territorios recién conquistados y difundir la nueva fe, en un espacio arquitectónico que permitía la evangelización de muchos pobladores en un corto periodo.
Así, los conventos ejercieron gran influencia urbanística en los cientos de poblados que se colonizaron más adelante en el resto de la Nueva España, y sirvieron para prolongar la tarea de conquista militar y religiosa a las regiones más apartadas del continente.
Así pues, los primeros agentes eclesiásticos en México fueron las órdenes mendicantes: los franciscanos llegaron en 1523, los dominicos en 1526, y los agustinos en 1533, quienes formaron, respectivamente, las provincias del Santo Evangelio (1524), Santiago (1532) y Santísimo Nombre de Jesús (1543).
A continuación se presentan varios ejemplos visuales de estos conventos en territorio mexicano.
Fuente:
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes, Fray Bartolomé de Las Casas en el proyecto
evangelizador en Mesoamérica. (Conciliación y denuncia frente a la devastación indígena), Editorial Académica Española (EAE),
Berlín, 2012. (ISBN 978-3-659-01025-5). pp. 7-36.
Implantación del nuevo modelo religioso: la tabula rasa
La implantación del cristianismo entre los indígenas americanos, a
través de los frailes provenientes de España, se efectuó en la unilateralidad
plena que el momento histórico asumía. Cualquier consideración a lo que hoy
llamamos "cultura", o más aún, cualquier orientación que apuntara
hacia la interculturalidad, están ausentes, dados los alcances mismos de
la reflexión teórica y desarrollo conceptual para aquella época y ubicación
histórica.
El proyecto evangelizador se realizó con un modelo único: la tabula
rasa, que pretendía -valga la metáfora- la completa demolición de las
culturas nativas, para que desde el terreno llano resultante, poder edificar
-sin ningún estorbo ni escollo- el cristianismo.
Obviamente, la ejecución de este proyecto lleva implícitas varias
ideas centrales que lo posibilitan, en primerísimo lugar, la convicción
absoluta de que lo propio está centrado en absolutos incuestionables que hacen
la particularidad de lo propio equivalente a Lo Humano en general. Esto genera
una peculiar posición frente a los otros (aquellos fuera del ámbito del
"nosotros") en la cual todo aquello que no se refleje en el propio
espejo es malo en sí mismo, pues no se adapta al modelo de lo bueno. Todas las diferencias
son, así, calificadas moralmente. Desde esta óptica, el otro será humano,
únicamente en la
medida que ciertos aspectos de su forma de vida se dibujen opaca y
fantasmagóricamente en el espejo de lo propio. Todo aquello que no tenga cotejo
con mi propia forma de vivir, pensar, creer, celebrar, puede y debe ser
rechazado pues atenta contra el modelo absoluto de lo humano, lo bueno, lo
decente, lo valioso.
Hoy en día, hacemos irrumpir en la reflexión intercultural la cuestión
relacional, desde dónde nos ubicamos y la posibilidad misma de que haya otros
centros de ubicación, pero para el período que estamos tratando, el siglo XVI
en el contexto específico de la conquista, colonización y evangelización de la
Nueva España, estos parámetros eran totalmente inexistentes.
(Fuente: Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes, “De
Dioses perseguidos a Santos sospechosos. Procesos de reformulación simbólica en la religiosidad popular indígena
mexicana”, Gazeta de
Antropología, Universidad de Granada (España), No. 27/2, (segundo semestre de 2011: julio-diciembre), artículo num. 29.)
Publicación en línea: http://www.ugr.es/~pwlac/G27_29Ramiro_Gomez_Arzapalo.html URL:http://hdl.handle.net/10481/18596 (ISSN 0214-7564).
El proceso evangelizador en Mesoamérica: conquista y colonización como proceso “civilizatorio” y “humanizador”
La conquista y colonización en América, fue un asunto considerado y asumido por los españoles como un proceso que llevaría a los indígenas a civilizarse y humanizarse. Las formas tan diferentes de existencia social que los conquistadores encontraron en estas nuevas tierras los llevó a inferir lo que –desde su perspectiva- era una natural inferioridad en estos hombres que recién conocían. Es evidente que cualquier consideración a lo que hoy entendemos por interculturalidad, diversidad, diferencia y respeto por ella, no estaban presentes en el horizonte cultural general de aquellos hombres. En este sentido, la labor evangelizadora que se realizó entre los indígenas americanos, implicaba la idea de salvarlos culturalmente, es decir, para que el individuo pudiera ser un buen cristiano, debía vivir como viven los cristianos en España. Toda diferencia cultural fue vista como deformación, tara y un obstáculo para la plena identificación del indígena como humano, que recordemos, en aquellos momentos, lo debatían en una línea entre la humanidad y la animalidad, basados en buena medida en los planteamientos aristotélicos acerca de la naturaleza humana y su repercusión en la vida política, lo cual fue perfectamente utilizado por aquellos que pretendían legitimar el sometimiento absoluto de los naturales.
Una vez terminada la conquista, se hizo indispensable comenzar a reorganizar y cimentar en todos los órdenes la vida colonial. Por lo que toca a los indígenas, la corona española ordenó como un primer paso en la hispanización política de los mismos, que fueran reducidos a poblaciones y no viviesen dispersos. A la par de estos procesos se vivió una completa reconfiguración del territorio y los centros de poder político. En lo económico, el nuevo lugar que se les daría a los indios dentro de la organización colonial, haría que las actividades económicas cambiaran radicalmente en comparación a la época previa al advenimiento de los europeos.
Toda esta reorganización político-económica-territorial, estaba encaminada al sometimiento de los indígenas y el óptimo aprovechamiento de su fuerza de trabajo por los colonizadores. El papel de la iglesia y sus evangelizadores dentro de este proceso fue decisivo en tanto que facilitaron la ideologización de los naturales y su paulatino sometimiento a las instituciones europeas.
FUENTE:
Ramiro Alfonso Gómez Arzapalo Dorantes, Fray Bartolomé de Las Casas en el proyecto evangelizador en Mesoamérica. (Conciliación y denuncia frente a la devastación indígena), Editorial Académica Española (EAE), Berlín, 2012. (ISBN 978-3-659-01025-5). pp. 7-8.